Una entrevista con mi maestro Esteban Tollinchi (1932-2005) en relación con sus obras literarias implicaba asediar un espacio poco visitado, al cual algunos seres curiosos habían tenido acceso. Casi todo el que ha leído sus obras ensayísticas ignora que este filósofo erudito yaucano en su juventud coqueteó con la literatura en calidad de narrador. Escribió una novela titulada Aura, auroras y crepúsculos (1963) y dos cuentos, «El hijo» y «Primo vere», ambos de 1963. Los tres se publicaron en München, Alemania. (También cabe destacar que escribió una obra de teatro sobre el asesinato de Federico García Lorca, la cual quedó inédita. El albacea de Tollinchi, el señor Heber Iglesias, me encomendó colocarle un título, con el propósito de publicarla. Finalmente, se titula Granada se desangra, aunque todavía continua inédita, igual que sus libros El cine de los sesenta, Tres humanístas: Petrarca, Montaigne y Erasmo, y Los avatares de la conciencia.)
En vista de que la Academia puertoriqueña conocía la obra filosófica y ensayística de Tollinchi, esta sencilla entrevista que sigue iba dirigida a esclarecer algunos aspectos del origen de sus obras literarias, como una especie de En busca del tiempo perdido, que el erudito puertorriqueño remató tan fácilmente con el refrán “El que remueve yaguas viejas, encuentra cucarachas”.
Para salvar una deuda con Esteban Tollinchi y su obra literaria, nos animamos a publicar ésta que, al parecer, es la primera entrevista que, sin pretensiones de hacer noticia, se le hiciera al erudito puertorriqueño. Más allá de las respuestas acerca de sus cuentos y novela, en ella el lector podrá encontrar, también, aspectos de la vida y del pensamiento de Tollinchi, inquietudes de un diletante que dedicó su vida precisamente al placer derivado del conocimiento.
Miguel Angel Náter, Ph.D.
Universidad de Puerto Rico
M. N.: ¿Por qué decidió publicar en München?
E.T.: La respuesta es sencilla: me hallaba en München a la sazón, la impresión me resultaba mucho más barata que en América y seguramente sufría de la impaciencia de todo autor novel de verse entre dos tapas, aunque sea al precio de pagar por la edición.
M.N.: ¿Qué lo motivó a escribir los cuentos «Primo vere», «El hijo» y la novela Auras, auroras y crepúsculos?
E.T.: Con la novela quise saldar cuentas con las experiencias del adolescente y empezar la vida profesional sin tal lastre. (Dejemos en suspenso si en realidad se llega alguna vez a un saldo de cuentas.) Con «Primo vere» debe haber una intención análoga, mientras que «El hijo» hoy lo recuerdo más bien como un simple ejercicio literario. Respecto a los dos últimos títulos debo decir que los tengo bastante olvidados y no me arriesgaría a la distancia de cuarenta años de volverlos a leer. Toda lectura de un escrito tan primerizo deja una extraña sensación de bochorno y arrepentimiento y unos fuertes deseos de volver a empezar.
M.N.: Dentro de su vocación de humanista puede notarse cierta tendencia hacia narradores muy variados: Thomas Mann, Marcel Proust, Miguel de Unamuno, Fedor Mijailovich Dostoievsky. ¿Cuál de ellos reconoce como su influencia mayor o qué aspectos de la obra de estos autores han influido decisivamente en sus obras literarias?
E.T.: Todo autor admirado deja huellas en un escritor. ¿No quisiera uno cambiar de estilo toda vez que termina una obra que le entusiasma? En la época en que escribía esos cuentos tenía muy cerca a Thomas Mann (el Tonio Kröger abre los ojos a todo joven como el Sidharta lo hizo a una generación anterior), a Dostoievsky (Dimitri Karamazov produce un efecto parecido), me entusiasmaba mucho Niebla de Unamuno. A Marcel Proust no lo conocía todavía. En cambio, recuerdo haber leído mucho a Azorín y a Gabriel Miró. Pero en general no reconozco ninguna influencia mayor; recojo más bien de todas partes, como buen ecléctico. Es posible que un lector pueda detectar una influencia con mayor facilidad que el propio autor.
M.N.: Evidentemente, hay en sus cuentos una tendencia al problema del extranjero, del viaje como búsqueda ontológica. ¿Quiso usted presentar a un europeo en América o en Puerto Rico sus propios problemas?
E.T.: Es difícil contestar a esa pregunta. A veces pienso que son pocos los autores que logran salir de la casa de los sueños. Pero dicha casa se define por el exterior, aun cuando llegue a identificarse con la totalidad de nuestro país. Es posible que el extranjero que usted menciona no sea más que un disfraz del autor o un simple pretexto para poder ver la casa desde afuera.
M.N.: Me parece interesante la visión del narrador casi como un guía turístico, como un historiador del arte, como un traductor. ¿Por qué el viaje siempre se realiza desde Europa hacia América? ¿Tiene algo que ver con el viaje ilustrado como “la crisis de la conciencia europea” al decir de Paul Hazard, como redefinición de la vieja Europa?
E.T.: Como no tengo muy presente el detalle de esos dos cuentos, no me hallo capaz de contestar.
M.N.: La religiosidad de sus cuentos está modulada sobre la base de las novelas rusas? Pienso sobre todo en Dostoievsky.
E.T.: Fuera de la religiosidad típica del pueblo puertorriqueño de hace cincuenta años («El hijo» usa el motivo de la procesión del Encuentro que solía llevarse a cabo en nuestros pueblos en la madrugada del Domingo de Pascua), no recuerdo el motivo religioso a que usted apunta. Pero Dostoievsky puede haberme afectado, no lo dudo. Para esa época escribía mi primer ensayo sobre Dostoievsky y Leopardi.
M.N.: En relación con la narrativa puertorriqueña, sus obras rompen la dirección del viaje como forma de encuentro con el ser. ¿Lo mueve su condición de estudiante en Europa o el deseo de apartarse del famoso viaje a Nueva York como forma de definición del puertorriqueño frente al estadounidense?
E.T.: No es que me quiera apartar del mundo norteamericano, sino que un accidente (el conocer a Roma, la vida barata en la Europa de entonces) me dirigió hacia la academia europea, a la que he seguido unido por afición o por comunidad de intereses. Mi relación con la vida académica norteamericana ha sido muy saltuaria. Es sólo en los últimos años que se ha intensificado, debido quizás a la mayor cercanía y a la riqueza del mundo editorial.
M.N.: ¿Quiénes son el Dr. A. Oliveras y esposa? ¿Aún viven? ¿Por qué la dedicatoria?
E.T.: Como usted sabe, nadie se hace solo. Son personas, ya muertas las dos, de las que me considero un gran deudor. Mayor deudor soy de la persona a quien dedico mi novela.
M.N.: Se nota que en esos cuentos hay una enorme preocupación por el sentido de la vida. ¿Tiene esto que ver con el existencialismo? ¿Ateo o religioso; Kierkegaard, Sartre, Heidegger o Unamuno?
E.T.: ¿Hay escritor que no se preocupe por el sentido de la vida? Para esa época, no conocía, que recuerde, a los existencialistas. Quizás a Unamuno, pero no creo que me afectara en el sentido que usted indica.
M.N.: La muerte da sentido a la vida del personaje principal de «El hijo». ¿Tiene esto que ver con la poética de Rainer Maria Rilke?
E.T.: Rilke no había entrado todavía en mi panorama.
M.N.: Las visiones de este personaje de «El hijo» (p. 12) tienen que ver con las visiones de Esteban Tollinchi o con las de Thomas Mann?
E.T.: No recuerdo el lugar a que usted se refiere.
M.N.: ¿En realidad, los elementos de la cultura perturban la paz espiritual como sucede en el caso en que se menciona a Emma Bovary o Shaikovski? ¿Hay una especie de neorromanticismo en el caso del deseo de fusión con los elementos de la naturaleza o de abarcar todo, como la búsqueda de lo absoluto? ¿Puede hablarse de autobiografía o de realismo en estos cuentos?
E.T.: Tengo que reconocer que el mundo natural me ha creado siempre una preocupación que todavía no he podido resolver. Algo de afinidad tiene que tener con el romanticismo y lo puede ver en el largo capítulo que dediqué a la naturaleza en mi libro Romanticismo y modernidad. Pero también estoy seguro que la preocupación rebasa un movimiento de la sensibilidad del siglo pasado (¿será sólo del siglo pasado?) y que encaja más bien en la inquietud telúrica que ya no parece afectar a muchos. En todo caso, debe tener algo que ver con mis entusiasmos de adolescente por la astronomía.
M.N.: ¿Qué parte de Puerto Rico se describe en «El hijo»?
E.T.: Si a Puerto Rico se refiere, no puede ser más que un lugar cercano a la «casa de los sueños», cercano al pueblo en que uno crece. Pero es un pueblo transformado, en donde podría meter todo lo que se me pudiera ocurrir.
M.N.: ¿Qué texto de Carducci utiliza para el epígrafe de «Primo vere»? ¿Por qué ese título?
E.T.: El epígrafe y el título del cuento proceden del poema «Primo Vere» de Giosué Carducci y es la expresión latina para nuestra «primavera». Aproveché, también, el sentido de «principio» o de «comienzo» que late bajo el «primo».
M.N.: ¿Por qué no volvió a escribir o publicar narraciones?
E.T.: ¡Si supiera contestarle! Le propongo varias soluciones, aunque le advierto que quizás ninguna de ellas dé en el clavo. O quizás todas ellas esconden algo de verdad.
M.N.: ¿Se ha sentido verdaderamente diletante, como afirma en su «Cátedra Magistral» o ha asumido esa actitud?
E.T.: ¿No es mejor declararse «diletante» que sabio o experto? Lo segundo no es ni de buen tono ni de buena educación. Y por lo demás, es cierto que todo lo que hago lo hago a condición de que me produzca diletto (placer). ¿No operamos todos de la misma manera?
M.N.: ¿En qué status está su próximo libro? ¿Cómo se titula y qué abarca?
E.T.: Mi último libro hace meses que está ya en editorial. Su título provisorio es Un siglo modernista: 1848-1945… y en sus treinta y siete capítulo pretender dar cuenta de la vida cultural del centenio aludido. Un panorama más, hasta cierto punto continuación de mi volumen anterior, Romanticismo y modernidad.
M.N.: ¿Volvería a escribir cuentos o novelas? ¿Por qué?
E.T.: Dado lo que he dicho antes, me parece poco probable. Siempre he pensado hacer una versión nueva de mi primera novela, pero nunca me ha llegado el momento.
M.N.: ¿Qué piensa de la literatura contemporánea, sobre todo en Puerto Rico? ¿Valdría la pena ocuparse de ella o sería mejor olvidar que existe y retroceder en el tiempo? ¿Tal vez los escritores griegos, romanos, medievales, barrocos o románticos tengan algo mejor que comunicarnos?
E.T.: Si por literatura se refiere al cuento y a la novela, tengo que confesarle que cada día tengo menos tiempo para ellos, a excepción de las obligaciones profesionales. Hace unos veinte años que me inclino más a la ensayística de todo tipo, a la crítica y cada vez más a la historia de la cultura, como puede ver en mis últimos cuatro libros.
M.N.: Muchas gracias por su valioso tiempo y generosidad. Le estoy sumamente agradecido.